
Los diamantes de laboratorio hundieron el mercado en una crisis histórica. La pregunta es si Taylor Swift puede cambiarlo
No corren buenos tiempos para la otrora exclusiva, poderosa y milmillonaria industria del diamante. El boom de las gemas «cultivadas» ha puesto patas arriba el mercado, revolviendo algo incluso más importante que los precios: su identidad. Al cambiar las minas de África por los laboratorios de China el sector ha visto cómo se debilitaba su imagen de exclusividad, uno de los pilares sobre los que asentó su negocio hace décadas. La pedida de Taylor Swift le ha servido para vivificarlo.
De la sortija de la reina del pop no se conocen todos los detalles, pero sí que lleva engarzado un enorme diamante que algunos analistas valoran ya entre 250.000 y 500.000 dólares. Más allá de su valor, el compromiso ha servido para revitalizar el mensaje de sofisticación y lujo que tan bien cultivó en su día De Beers.
Un ‘sí quiero’ que vale millones. Taylor Swift es mucho más que la reina del pop. Es una auténtica industria andante capaz de alterar el PIB de EEUU con su gira y una influencer a la que, solo en Instagram, siguen más de 280 millones de personas (añádele 32,5 en TikTok) en busca de inspiración. Por eso la fotografía que compartió ayer con su pedida de mano es mucho más que una noticia para la prensa rosa. Su compromiso con Travis Kelce ha puesto en guardia a los cazadores de tendencia de todo el mundo, que ya examinan con lupa el anillo de pedida.
Más allá de los joyeros y diseñadores, la legión de fans de Swift o la prensa rosa, hay un colectivo que probablemente ha seguido la noticia de la pedida con casi el mismo embeleso que la cantante: la industria mundial del diamante. Y la razón es muy sencilla. Sumida en una profunda crisis existencial (tal vez la mayor de toda su historia) que afecta tanto a sus precios como a su imagen pública, la sortija que Kelce acaba de poner en el dedo anular izquierdo de Swift refuerza el valor que ha convertido a los diamantes en un negocio milmillonario: la exclusividad.
¿Y eso por qué? Porque no corren tiempos sencillos para la industria del diamante. De Beers, el titán del sector, la compañía que convenció a generaciones de enamorados de que un romance solo es auténtico si se sella con un pedrusco, no está en su mejor momento; y los precios de los diamantes han experimentado una profunda caída durante los últimos años hasta rozar mínimos que no se veían en lo que va de siglos. Detrás de esa profunda crisis hay varios factores.
Hay quien lo explica por el ‘pinchazo’ del mercado chino. Otros apuntan sencillamente a un cambio cultural: nos casamos menos y eso equivale a menos anillos de compromiso y alianzas, a lo que se suma que el sector ya disfrutó de un boom entre 2021 y 2022, cuando el mercado estadounidense creció gracias a todas las bodas pospuestas durante la pandemia. Sin embargo hay otro factor que explica en gran medida la deriva del sector en los últimos años, uno que afecta tanto a los precios como a la propia identidad de los diamantes: las piedras sintéticas.
Un serio peligroso competidor. Los también conocidos como «diamantes de laboratorio» no son nuevos. Sus orígenes pueden remontarse a mediados del siglo pasado. Sin embargo en las últimas décadas su elaboración se ha refinado tanto y sobre todo han alcanzado tal penetración en el mercado que se han convertido en un serio competidor para los diamantes naturales. Serio y peligroso. Las últimas (las piedras naturales) salen de minas tras haberse formado durante millones de años en condiciones extremas. Las primeras (sintéticas), se crean en laboratorios en días. Y la realidad es que los expertos no los diferencian a simple vista.
El resultado era el esperable. Los diamantes de laboratorio han ido ganando espacio en las joyerías, afectando a los precios del mercado, poniendo en guardia a las empresas tradicionales y sobre todo haciendo tambalear los cimientos sobre los que se edificó el negocio. Compiten con las gemas minadas pero pueden fabricarse en serie en tiempo récord y a una velocidad que hace en la industria haya voces que advierten ya del riesgo de sobreproducción. No solo eso. Hay fabricantes que han decidido apostar por los diamantes «cultivados» al considerarlos más éticos.
Un porcentaje: 20%. El resultado es que los diamantes sintéticos se han hecho con un hueco considerable en el mercado. En un artículo reciente The Wall Street Journal apuntaba, citando al analista Paul Zimnisky, que representan ya más de la quinta parte de las ventas mundiales de joyas con dimanantes. No está nada mal si se tiene en cuenta que hace solo unos años, en 2016, suponían menos del 1%.
Si hablamos de anillos de compromiso su penetración en el mercado es incluso mayor. Los datos de la web especializada en bodas The Knot muestran que más de la mitad de los anillos de compromiso vendidos el año pasado en EEUU incluían al menos un diamante de laboratorio. De nuevo son muchos, muchísimos más que antes de la pandemia. El crecimiento desde 2019 se estima en cerca de un 40%.
Cuota de mercado… y precios. Ese panorama ha estado marcado por un desplome en los precios. Tanto de las piedras sintéticas como de las naturales. Zimnisky calcula que desde 2016 el precio de venta al público de un diamante de un quilate cultivado en laboratorio ha bajado cerca de un 86%. Durante el mismo período las piedras minadas también han perdido valor, aunque en mucho menos valor: una gema del mismo tamaño costaría ahora alrededor de un 40% menos que hace nueve años. No todos los estudios y valoraciones coinciden en los datos, pero lo que sí comparten en todos los casos es el dibujo: claramente descendente.
¿Y qué tiene que ver Swift? El anillo de Swift incide en el pilar sobre el que se ha asentado el mercado tradicional de los diamantes, uno de sus valores capitales: la exclusividad. De la sortija de la reina del pop se sabe que es el diseño exclusivo de una joyera de Nueva York, que luce un Antique cushion cut de ocho quilates y un diamante old mine brillant de corte histórico redondeado en las esquinas. Se dice que solo el diamante puede costar entre 250.000 y 500.000 dólares y que el anillo ronda el millón o los 1,3 millones de dólares. Los analistas de The New York Times incluso creen que la joya marcará el regreso de la «elegancia vintage».
Volviendo a la esencia. La reina del pop no es la primera en lucir un gran diamante en su anillo de compromiso. Antes ya lo hicieron Zendaya, Chioma, Zoe Kravitz, Jenifer López, Lilly Collins o Georgina, que ha presumido también de un diamante millonario. Y mucho antes ya presumieron de sus joyas leyendas como Elizabeth Taylor, Grace Kelly o Audrey Hepburn. Con ellas el sector del diamante asentó su mensaje de exclusividad, el mismo que ahora quiere poner en valor.
Tanto es así que en el sector hay quien aboga ya por grandes campañas de marketing para incidir en ese mensaje o incluso anima a los joyeros a adquirir máquinas que permiten diferenciar en cuestión de segundos una joya salida de un laboratorio chino o indio de una lejana mina de Botsuana. Por lo pronto ha logrado algo todavía más eficaz: un chute de energía gracias a la pedida de Swift.
Imágenes | Instagram y Dillon Wanner (Unsplash)
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La noticia
Los diamantes de laboratorio hundieron el mercado en una crisis histórica. La pregunta es si Taylor Swift puede cambiarlo
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Xataka
por
Carlos Prego
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